¿Qué hago yo aquí?

psicoeduk ¿Qué hago yo aquí?

Al bajar del tren, lo supe. Ni siquiera había salido a la estación y la ansiedad que llevaba oprimiéndome todo el camino tomó forma.
Forma de pregunta; «¿qué hago yo aquí?».

Esperar al taxi, recorrer cinco minutos hasta la que un día fue mi casa, buscar un pijama de mi talla en un cajón lleno hasta arriba de ropa, de mi ropa, en la que ya no cabría más que deshuesada y a presión.
Todo eso, dolió. La oscuridad de mi habitación, ahora casi un trastero, mezclada con la medicación me ahogaba. He pasado por muchas cosas en esa cama, y con el suficiente tiempo entre ellas y yo, puedo ver que ninguna buena.
Deseaba que mi cabeza cambiase de tema, que se recrease en las veces que he llorado en ella por un corazón roto, las veces que me ha servido para esconderme de gritos y del infierno que me había tocado.
Pero el mareo somnoliento me recordaba a otra cosa. Me recordaba a una noche entera llorando, dando vueltas, tomando una decisión. A la noche que le siguió, recién llegada de urgencias, con la garganta dolorida y el estómago lleno de algo que se supone que me salvó la vida, pero que en ese momento sólo veía como prolongaba mi tortura indefinidamente.
Me dormí, y soñé con los amigos que he dejado en casa. Los de verdad. Con la familia que me está esperando un año más, cuando vuelva hecha pedazos tras este rito tortuoso que llaman navidad. Con mi gato.
Llevo unas horas despierta. He tardado un par de ellas en recordar quién soy. Cuando me he llevado las manos al pelo para tirar de él y en vez de una melena he encontado un rapado lateral, mi cerebro ha empezado a encajar piezas.

No, no vivo aquí. Esta no es mi cama. Tengo veintidós años, estoy soltera, no vivo aquí. Puedo nombrar todo lo que me pasa igual que nombro mi catarro: depresión, ansiedad, fobia social. Eso no ha cambiado. Al menos no en el nombre. Ahora, mi pelo corto y yo lo tenemos bajo control. No es un secreto. Y no vivo aquí.
Soy muchas cosas que la persona que creía ser al despertar no sabía que potencialmente era. Soy bisexual, soy aspie, soy feminista interseccional. Soy una buena persona, con buenas amistades. Soy una persona que quiere y es querida. Y no, en absoluto vivo aquí. Soy una visita, temporal.
Cuando todo esto ha estado claro he tirado al suelo un peluche enorme hecho de un material parecido al raso, y me he sentido físicamente mejor. La bruma de mi cabeza se ha disipado un poco más. Es curioso cómo aceptas sufrimientos de ese tipo cuando no tienes explicación para ello.
Llevo desde ayer por la mañana sin comer, y no tengo hambre. Otra mala señal. Es demasiado tarde para desayunar, así que me he prometido a mi misma comer hoy. He tenido las fuerzas para escribir esto, así que los restos los canalizaré en comer.
Entiendo a mi yo de diecisiete años. Me cuesta mucho no verla como alguien ajeno a mi, no fingir que todo lo que me rodea es el pasado de una persona que ahora está muerta y de la que yo hago malamente el papel de sustituta temporal. Porque nada de esto forma parte de mi vida real. Al menos no mientras estoy despierta, mientras no estoy teniendo un ataque, mientras no me encuentre un olor, sabor, una imagen que me lleve de vuelta a… esto.
Pero puedo entender todo lo que hizo. Puedo entender todos sus errores. No la culpo por las marcas que ha hecho en mi piel y que nunca voy a poder borrar.

No sé cómo yo, la persona que soy, que siento equivocadamente que siempre he sido, la chica géminis, amante del brócoli y que hace magia con el horno, ha podido ser otra.
Así que me siento una impostora, en un pijama que no es suyo, con miedo a salir a la calle porque en un sitio todo son caras que debería reconocer, pero que no hago, y cuando lo hago sólo me llenan de recuerdos que me causan dolor.

Así que la pregunta que me hice anoche «¿qué hago yo aquí?» tiene su respuesta; «hacer mis visitas de cortesía básica e irme. Volver al mundo real.»